Cuando éramos niños
jugábamos a las canicas,
y en la mojada tierra
echábamos la lima.
Y si todo nos aburría...
a cazar lagartijas,
que siempre había alguno
que experimentos hacía.
En verano siempre en la calle,
no había ordenadores,
no había videoconsolas,
pasábamos el rato
jugando a la peonza.
Las niñas en su grupo
saltaban a la comba:
"al pasar la barca
me dijo el barquero..."
Y cuando nos juntábamos
los niños y las niñas
a saltar a la rayuela,
o a jugar a verdad o reto,
a ver si algún día
te tocaba la prueba
de besar en la mejilla
a la niña que querías.
"Un dos tres piedra
papel y tijera"
llenábamos la vida
de juegos infantiles,
prendidos de la inocencia
de aquellos días felices.
"Churro mediamanga
mangotero,
adivina lo que tengo
en el puchero"
a nada teníamos miedo,
si nos hacíamos heridas,
nos regañaba nuestra madre
y nos ponía mercromina.
La calle, campo de batalla,
jugábamos en la acera,
o al fútbol en la calzada,
donde tráfico no había,
donde cuatro coches pasaban,
o hacíamos de portería,
del vecino, la persiana,
cuando se cansaba del ruido
se asomaba a la ventana,
a decirte :"¡venga niño,
vete con la pelota a casa!"
Y los domingos a mediodía,
después de la comida,
la calle quedaba desierta,
de los niños se escondía,
cuando el Mazinger Z,
"¡puños fuera!¡planeador abajo!"
por la tele emitían,
o si daban Heidi o Marco,
que nuestros ojos encendían.
Eran tiempos felices,
no teníamos casi nada,
sólo el valor y la amistad
que la calle te entregaba,
y un baño de libertad
que inundaba nuestras almas.